Tulipanes barrocos
Primer concierto de la temporada de la Orquesta Barroca de Tenerife en el Auditorio de Tenerife.
A mediados del siglo XVII se llegaron a contabilizar más de 200 impresores en Ámsterdam, de manera que podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la imprenta del barroco era la ciudad del puente sobre el rio Amstel que, con sus arenosos suelos ganados al mar, se convertiría para siempre en la tierra del tulipán.
La industria editorial de los Países Bajos, conformados desde 1579 por Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda, creció al amparo del atractivo progreso neerlandés basado en la agricultura, la pesca, el comercio -especialmente apoyado en la Compañía Holandesa de las Indias Orientales-, las exportaciones, la tecnología y las finanzas, produciendo beneficios que reclamaron la admiración de toda Europa. Solo la crisis financiera producida de 1637, debido a la caída del gusto por los tulipanes y sus bulbos -introducidos por Carolus Clusius en 1593 en su periodo como botánico docente en Leiden-, unido a la guerra de los treinta años y la paz de Westfalia (1648), en favor de Francia e Inglaterra tras el tratado de Utrecht (1715), hundió la imprenta de Ámsterdam, que se especializaría, fundamentalmente por Estienne Roger (ca. 1664–1722), primero, y por Michel-Charles Le Cène (1684-1743), después, en la imprenta musical.
Superados los modelos de impresión por tipos móviles de Petrucci y Attaignan, Roger impulsó la música y su distribución, con la técnica del grabado, importada de Francia -de donde era originario pues fue refugiado hugonote en Ámsterdam desde 1697- y emulada por John Walsh en Londres, de imprimir música con planchas de cobre. El coste, la alta calidad de las impresiones, la durabilidad y la legibilidad de las partituras de Estienne fueron rápidamente reconocidas por Vivaldi, Albinoni, Corelli, A. Scarlatti, Lully, Lebègue y Marin Marais, entre muchos otros. La visión del artífice holandés no solo mejoró la impresión, sino que transformó la misión del editor, el cual también actuó como distribuidor, autorizando a agentes para vender sus ediciones en Rotterdam, Lieja, Bruselas, Londres, Colonia, Hamburgo, Halle, Berlín y Leipzig, difundiendo la música, sobre todo la italiana, por el norte de Europa como nunca antes se había hecho.
A su muerte en 1722, la empresa pasó a manos de su yerno Le Cène, que con el cuidadoso y elegante diseño de sus estampados, apreciados en toda Europa, continuó administrando el negocio con energía, agregando al catálogo de la compañía holandesa ediciones de Geminiani, Locatelli, Dall'Abaco, Handel, Quantz, Telemann, Tartini y otros coetáneos.
El primer programa de la tercera temporada de la Orquesta Barroca de Tenerife rinde homenaje al buen gusto neerlandés, heredado de la época barroca, especialmente el deleite por sus tulipanes y la excelente música impresa en sus tornos.
Así el cromatismo del Grave -primer movimiento del Concerto Armonico n° 1, de Unico Wilhelm Graaf van Wassenaer- parece introducirnos en el disfrute holandés por la espera del lento rebrote del bulbo, tras el letargo del invierno, para ofrecernos la más bella floración de los Semper Augustus con el contraste y progresión, a la italiana, en el segundo movimiento Allegro, la contemplación en el Poco andante, y la esperanza por la siguiente cosecha en el último Allegro.
Podríamos continuar con la idea de los Anemoi -vientos de la Grecia antigua- sobre la campiña neerlandesa, que parecen domados por la flauta en el Concerto op. X n° 7, de Willem de Fesch. El Vivace revuelo que hace flaquear los tallos, en la extenuante danza de las tulipas, llenando de movimiento el colorido campo, se enfrenta al sosiego y descanso que otorga el Larghetto, sin olvidarnos, en Alla breve, del efímero paso del tiempo en contra de la mustia flor de los Tulipa gesneriana. Cerrando la primera parte, el Concerto F. XII n° 5 de Vivaldi, bien podría narrarnos -con alegorías en su nocturno flautismo- los avatares de los Tulipa clusiana, pues sus bulbos contienen la energía durante el Largo periodo de 53 semanas, para que su flor explote, solo por ocho días, y encontrarnos, quasi en Fantasmi: Presto - Largo – Andante, preparándose Presto a demostrarnos, con Sonno, el languidecer de los frágiles y blancos tépalos afilados llenos de confianza por la próxima temporada, en el Allegro final.
La segunda parte de la velada comienza con el concierto de Locatelli -emigrado a Amsterdam hacia 1730 y maestro de Leclair desde 1736- que nos sugiere la imagen de los Tulipa purissima, híbridos de azarosa vida, desde el cultivo del bulbo hasta el florecimiento y corte de la flor con el Andante, Allegro, Adagio, Andante, Allegro, el viaje hasta la ciudad en Largo camino hacia los puertos neerlandeses, para llegar al florero y decorar la mesa, en Largo-Andante, y así admirar el abigarrado y colorista Grave final.
Leclair bien podría concentrar, en su Concerto en Do Mayor op. VII n° 3, la esencia descriptiva de los Tulipa tarda. Elegante florescencia de 6 tépalos en el Allegro, geometría -preclásica- en sus proporciones del Adagio y profusidad galante en su Allegro como el ribete blanquecino que ilumina el amarillo de su corola.
Conrado Álvarez
Jacques Ogg, clave y director
Adrián Linares, violín barroco y concertino
Lorena Padrón, Laura Díaz, violines I
Judith Verona, Mario Braña, Giovanni Déniz, violines II
Ivan Saez y Melchor García, violas
Elsa Pidre, violonchelo barroco
Juan Carlos Baeza, violone
Raquel García, órgano
Pablo Sosa, flauta
Hugo Rodríguez, fagot
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