Borondonaria

Auditorio de Tenerife, dentro de su Ciclo de Cámara, programa Borondonaria. Entre el espejismo y la verdad: quimeras musicales de los siglos XVII y XVIII de El Afecto Ilustrado.

Borondonaria

En el año 1570 el navegante Pedro Vello se ve obligado a cambiar el rumbo de su nave a su paso por el Archipiélago Canario para refugiarse de los fuertes vientos. La tempestad los arroja a él y a su tripulación a una isla en la que describen grandes prodigios y unas pisadas fantásticas en la arena. Es San Borondón, la Isla Etérea, la Isla Ballena, la Non Trubada. De allí tuvo que salir apresuradamente, tal y como había llegado, y abandonando a algunos de sus hombres para salvar la vida, vio cómo la isla desaparecía en el horizonte. Vello dejó un relato que se repetiría varias veces a lo largo de los siglos, y que, aunque ya había aparecido en crónicas venecianas del siglo XIV y en portuguesas del XV, adquiere una notable fuerza a partir de la conquista de Canarias.

Aunque no siempre encontrada, diversas expediciones del siglo XVIII la describen como un Paraíso Terrenal, el que el monje Brandán había buscado y encontrado en el Atlántico a bordo de una embarcación a la que tuvo que saltar apresuradamente cuando, tras explorar tan sublime terruño y describir sus impresionantes maravillas, éste comenzó a moverse y sumergirse.

Pero es en el siglo XIX cuando esta leyenda de origen medieval experimenta uno de sus giros más fabulosos. En 1862, el científico y naturalista escocés Edward Harvey viaja a Canarias subvencionado por la Royal Society de Londres para estudiar a fondo la naturaleza del archipiélago, entrando en contacto con las crónicas de los avistamientos de la isla fantasma. Harvey se lanza entonces a una carrera por descubrirla que culminaría tras una enorme tempestad en enero de 1865, cuando después de salir de La Palma, el mar escupe su barco a tierra firme. Una tierra desconocida. Fantasmagórica. De portentos inexplicables, que retrata en su diario personal con anotaciones y dibujos, y con fotografías de lugares que rayan lo surreal.

Al igual que el viaje del naturalista escocés, Borondonaria es una expedición a un paraje sonoro de la leyenda. Un aliento de Brandán, un relato de Vello, una fotografía de Harvey. Un murmullo de criaturas fantásticas, naturalezas imposibles, armonías exóticas, y sobre todo, un mundo de espejos donde nada es lo que parece ser. Con obras de autores separados en tiempo y espacio, pero con el imaginario y el deseo común de lo irreal, de lo fantástico, de conceptos ansiados que se desvanecen al nombrarlos. Un espacio para la libertad de la imaginación en medio de una sociedad encastrada en una precisión maquinal.

Borondonaria es una jaula de quimeras, que de naturaleza fortuita -al igual que San Borondón- cuanto más se pretenden, menos se encuentran.

Adrián Linares